lunes, 22 de mayo de 2017

De lo civilizado a las bestias

Hoy aproximadamente a las 9:40 am, fui testigo de un hecho indignante en el metro. Estaba de Sur a Norte, dirección Indios Verdes.

Todo “iba bien”, pese a que se estaba haciendo casi de cuatro a cinco minutos en cada estación, hasta que en una, después de bajarse la gente, yo me acerco a la puerta, puesto que bajo en la siguiente. Sube otro grupito que va pasando hacia la otra puerta y acomodándose -el vagón iba más que lleno-, hasta ahí normal; sólo que cuando ya está por cerrarse la puerta, noto que empiezan a salir disparados, una, dos, tres, cuatro personas y así otras dos o tres más siguiendo a la primera por las escaleras de salida -una mujer incluida en ese grupo-, no entiendo lo que pasa, me asusto y lo primero que se me viene a la mente es jalar la palanca: no sé si ha ocurrido un accidente, se han desmayado, hirieron a alguien o qué pasa. No reacciono, hasta que gritan, jalen la palanca; es un extranjero con su pareja los que gritan desesperados, mientras se palpan y se dan cuenta que les han robado (y como buenos mexicanos de este tiempo, la gente que estaba al lado de ellos y cerca de la palanca, permanecen indiferentes, hasta que ese mismo hombre la alcanza y pide de favor le ayuden a abrir la puerta, puesto que el tren inicia la marcha –todo esto en cuestión de segundos-. Gracias a Dios la palanca funcionó y se detuvo, al tiempo que forzaron las puertas para que esta pareja pudiera salir corriendo de tras de esas estúpidas personas, que obviamente, ya no encontrarían, casi estoy segura de ello.

Es tan indignante esta situación y me causa una infinita impotencia, por las siguientes razones:
1.       No hay ya sentido de solidaridad, ya cada cual a lo suyo. Ninguno de los hombres que estaban en los asientos de la palanca -y los que estaban parados en la puerta- hicieron absolutamente nada, ni por detener o seguir a esos infelices, ni por ayudar con su activación. Para abrir la puerta, dos se dignaron a ayudar a este hombre, pese a los gritos de ayuda.
2.       Ni un infeliz policía se presentó cuando se activó la palanca, ni los diez minutos que estuvo detenido el tren con las puertas cerradas -luego de que salió esta pareja-, para revisar o indagar sobre el motivo de la activación de la alarma y mucho menos para auxiliar a estas personas.
Tengo rabia, para gritar y llorar de coraje. Estoy harta de estos “seres humanos”, estos que ya no tienen el más mínimo sentido de humanidad; por tanto, a mi parecer, son bestias sin capacidad de empatía, dolor, solidaridad -que en algún tiempo hubo o que buscamos exista, entre varios valores más. Estamos ahora tan enfermos de violencia, odio y prejuicios comprados que nos hacen estar dormidos o ajenos a lo que le pase al que tengo a lado, antes bien nos sumamos al linchamiento sin el más mínimo proceso de investigación, para determinar si nuestro modo de actuar es acorde a la realidad. Entre total indiferencia o violencia ciega.

Lo que más tristeza me da, es que esta situación no es más que producto y reflejo de un país podrido que ha perdido su esencia, y que pareciera va a peor. Parte de todo lo que ocurre ahora no es más que consecuencia de todo un sistema social, cultural, económico y político que va dejando a su paso seres enfermos que buscan subsistir pese a la vida y trabajo de otros. Generando el actuar como viles bestias, antes que razonar o ponerse en el zapato del otro. Aún más, se apoya o cobija a quienes causan o son parte de que esto se haya dado y se esté dando. Seres indolentes y pareciera, descerebrados. Llevándonos a convivir con la violencia, las desapariciones, los encarcelamientos o asesinatos a causa de la justicia, la impunidad, la corrupción, el cinismo abrumador de un sistema político que en nuestra cara vomita la porquería de personas que lo integran, en su mayoría, como si de algo natural se tratara. 
“Mientras no me pase a mí”... Y el estúpido discurso conformista y lavado de cerebro: “los responsables del cambio del país no es el gobierno, eres tú y lo que haces cada día”. Qué discurso tan más enfermo y surrealista. Me encantaría que lo dijeran si estuviesen sin trabajo, sin oportunidad de estudiar, sin respuesta ante un asesinato o desaparición forzada, sin oportunidad de darle una vida digna a su familia; y no por flojos, sino porque en el medio en el que viven no hay posibilidades de hacer más que sobrevivir un día tras otro, donde sus tierras son saqueadas, vendidas o expropiadas, donde son amenazados de que no se les apoyará con servicios básicos o seguridad si se atreven a levantar la voz;  y quienes lo han hecho, ya están bajo tierra o presos o desaparecidos. Sumidos en una dinámica conformista y paternalista, con tal de no perder el poder que tienen sobre ellos y los privilegios que de ellos obtienen. Su pobreza, conformismo e ignorancia es moneda de cambio y negocio para tiempos electorales y fines mezquinos. ¡Claro que el gobierno tiene parte en lo que el país -ciudadanos- es ahora! El modo de gestionar la nación no ha sido mirando por el bien común de la gente, ni pensando en el progreso desde la inclusión de grupos minoritarios o vulnerables, y muchísimo menos en el interés por facilitar las condiciones de un progreso integral de las personas, con todo lo que ello implica.

Me indigna y da muchísima pena la inconsciencia de quienes están dentro de la política, donde encuentran el medio perfecto para llenar sus bolsillos, pasando por encima de los derechos de quienes no tienen voz o autoridad para defenderse.

Pobres políticos, y aquellos que les secundan en sus miserias, se han olvidado que tienen descendientes, que su vida no es más que cuestión de tiempo -como el de todo ser vivo-, que tienen hijos o niños pequeños para quienes son modelo y ejemplo de vida. Más aún, que cuando mueran, por más que quieran ser enterrados en una caja de oro, en el cementerio o nicho más exclusivo o cremados con todos los lujos, jamás de todo lo robado y acumulado -desde la sangre y la dignidad de otros- se podrán llevar, ¡qué pena para ellos!

Ruego a Dios tengamos la capacidad de ver y ser conscientes de lo que realmente somos: seres humanos que estamos de paso por esta vida. Hemos recibido el don de la vida para disfrutar de un mundo maravilloso y perfecto, conviviendo en nuestro trayecto con otras personas que tienen su propia historia y dolor natural a superar. Somos todos compañeros de viaje, donde en algunos momentos nos acompañan y en otros acompañamos; sin olvidar la gran responsabilidad de quienes tienen la misión de formar y guiar a sus hijos para ser personas de bien.


Es esto una mezcla de rabia, dolor, tristeza y esperanza; que confieso, esto último, me está costando.


Josefina Zaragoza

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