lunes, 16 de diciembre de 2013

Las neuronas vagas en la mortalidad del cangrejo

Si somos más racionales que sensitivos, si nuestro sentido científico estuviese en un buen sentido de desarrollo, en el ámbito personal, nos daríamos cuenta que un alto porcentaje de cuanto sucede o provocamos no es más que fruto de realidades que no podemos ni ver ni tocar y mucho menos demostrar. De ahí que mi pregunta es, ¿por qué tanto afán por perseguir aquello de lo que sí tenemos prueba es totalmente efímero y dañino?
¿Por qué esa necedad de querer vivir un mismo patrón social? O mejor dicho ¿por qué la pasión por acabar con aquello que sí se ha ido perfeccionando?
Por qué querer atar nuestra existencia a un modelo, a una idea, a una persona o a un código siendo que en su momento fue sólo un medio para dar paso a un nuevo ser humano. ¿Por qué querer seguir siendo un ser elemental y casi arcaico? Confundido entre sus propias penumbras, de la cuales se aferra como auténtica verdad.
¿En qué  momento o espacio de nuestra esencia se encuentra ese elemento que nos forza a tener que recorrer un mismo camino que la humanidad, en historia individual, ha caminado una y otra vez millones de veces y no nos liberamos y nos atrevemos a andar bajo las riquezas que nos han dejado, para encontrarnos en el ámbito trascendente del cual surgimos y en cual vivimos y experimentamos la plenitud de nuestra existencia?
Vivimos en un perpetuo infantilismo como humanidad, del cual como diría Platón, sólo pocos han tenido acceso a esa luz y se han liberado de toda esa carga que no hace más que acrecentar la insatisfacción o sentido de vacío, porque ontológicamente se sabe traidor a su fin último.
Tenemos la llave, el medio para acceder a realidades supremas para comprender y gustar de todo cuanto abarca el universo, de absolutamente todo, para así poder maravillarnos de todo cuanto había antes de ser llamados a la vida. Nos hemos casado muy bien aún tiempo cíclico, olvidándonos que nuestra vida no es cíclica sino lineal/trascendente, que el devenir va bien con el mundo físico/alterno pero no con nuestro ser, pues nuestro paso por esta vida es sólo una vez; lo cual ha provocado, desde hace miles de años, que el pánico embargue al enfrentar la realidad de la finitud y la limitación como especie terrenal, formulándose la creencia en la reencarnación, rogando por una segunda oportunidad al no vivir libres desde que se ha sido consciente de sí mismo y del Todo. La vida es más simple de lo que parece.
Hay elementos instintivos como especie que parecen tener más peso en el modo en cómo desarrollamos nuestro rol humano, haciendo que nos aferremos a la inmanencia, que no es qué no sea productivo, sino que en buena medida se toma como el todo; de desear y optar por una vida en esta línea debe ser con un propósito firme de no ser más que una guía o una oportunidad de aportar personas con un nivel de consciencia que ayude a otros a descubrir la razón y dirección de su existencia; una tarea nada fácil, pues hay que sortear todos los sistemas políticos-económico-sociales-culturales o tendencias amorales, estas últimas “legitimadas” con las banderas de los derechos fundamentales, antes de lograr tal cometido, el cual no es imposible.
Todo lo anterior es lo que hace que nuestra alma ansíe tanto ese encuentro, esa visión, esa realidad, y lo hace porque está inscrita en ella misma esa noción y experiencia. Cobrando total sentido lo declarado por San Agustín: Nuestra alma estará inquieta hasta que descanse en Ti.

Josefina Zaragoza